Francisco Cajiao
Parece que se vienen incubando serias dolencias que pasan por la descoordinación de los directivos, anomalías en la contratación, nóminas infladas y pésimas decisiones técnicas.
Hipertensión, triglicéridos, colesterol, son males que amenazan con producir accidentes coronarios y vasculares que, sin aviso, pueden ocasionar derrames, infartos y la muerte. Se dice que son silenciosos porque la vida fluye con naturalidad, la productividad parece intacta y no hay síntomas que anuncien las desgracias venideras. La solución es acudir a chequeos que permitan identificar lo que sucede en las arterias y en la sangre y seguir las instrucciones que recomiendan los médicos.
De dos años acá un mal similar parece afectar a la Secretaría de Educación de Bogotá. La percepción pública del servicio educativo es buena, como lo muestran las encuestas. Los colegios funcionan, la matrícula se ha expandido y se ha establecido la gratuidad en la educación básica y media. Pareciera que el sistema funciona gracias a la labor de rectores, directivos y maestros que se ocupan de la cotidianidad escolar. Esto es lo que la gente percibe.
La operación de este inmenso organismo depende de la capacidad de gestión en el nivel central, donde están la cabeza, el corazón y los órganos vitales en los cuales reposa la salud de todo el aparato. Y aquí parece que se vienen incubando serias dolencias, que pasan por la descoordinación de los directivos, anomalías en la contratación, nóminas infladas y pésimas decisiones técnicas.
Con la llegada de Samuel Moreno a la alcaldía (se lo expresé personalmente), se politizaron los cargos de dirección con esa perversa práctica de entregar un pedazo a un concejal, otro al de más allá, un contratico por este lado, unas decenas de asesores con honorarios jugosos para alguien más, parientes en la nómina... Es como tener la cabeza de un mandril, con un corazón que obedece a una ballena y unos pulmones manejados por algún anfibio. El malestar de los funcionarios de carrera ha sido constante y muchas denuncias han circulado de manera semiclandestina.
Este diario publicó hace unos días el primer incidente vascular grave: un contrato de más de 20.000 millones de pesos dizque para mejorar la calidad. Me han dicho maestros de diferentes colegios que de un día para otro les llegaron cajas llenas de cartillas indescifrables, que no se sabe para qué son. No distinguen edades de los niños, ni se puede intuir cómo usarlas. Es como si el ejército comprara 100 mil fusiles, cuyo único problema fuera que no dispararan. Idéntico embuchado le hicieron al departamento de Antioquia, por 17.500 millones.
El misterio es cómo se hace semejante negocio sin la complicidad y beneplácito del secretario y los otros subsecretarios. La noticia parece señalar a un secretario encargado como único responsable. Pero, ¿quién emitió el certificado de disponibilidad presupuestal? ¿Quién dio concepto técnico sobre los materiales? ¿Qué dijo el Comité de Formación de Docentes, que preside el subsecretario de calidad? ¿Qué opinó la oficina jurídica? ¿Por qué el secretario no hizo nada sobre la actuación de quien firmó, que era su subalterno? ¿Por qué los que han renunciado siguen trabajando como si nada? ¿Todo el trámite de examen de la propuesta, contratación y pago se hizo en unos pocos días, o se venía 'cocinando' en las diversas oficinas de una entidad que tiene cuatro subsecretarios? ¿Alguien dejó por escrito alguna objeción?
Cuando estalla un aneurisma, empieza a aparecer todo el cuadro clínico. Por eso vale la pena revisar qué productos relevantes han entregado las decenas de asesores y contratistas que se han lucrado en estos años. Dicen que alguno tiene carro oficial. Conviene revisar cuántos parientes de directivos devengan allí o contratan con el presupuesto de los niños.
De ñapa: si de leer se tratara, con 20.000 millones se habrían comprado 400.000 libros para las bibliotecas escolares...
Por: FRANCISCO CAJIAO
Por: FRANCISCO CAJIAO
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